domingo, 23 de abril de 2017

Deshaciendo el apego ciego a un pensamiento

En un relato de la tradición hindú se cuenta de “un hombre que tenía un hijo al que amaba profundamente. Por algún motivo se vio obligado a viajar y tuvo que dejar a su hijo en casa. El niño tenía ocho años y su padre lo amaba profundamente. 

Habiéndose enterado de la partida del dueño de la casa, unos bandoleros aprovecharon su ausencia para entrar en ella y robar todo lo que contenía. Descubrieron al jovencito y se lo llevaron con ellos, no sin antes incendiar la casa.

Cuando el padre regresó a su hogar se encontró con la casa derruida por el incendio. Alarmado, buscó entre los restos calcinados y halló unos huesecillos, que dedujo eran los del cuerpo abrasado de su hijo. Con ternura infinita, los introdujo en un saquito que se colgó al cuello, junto al pecho, convencido de que aquéllos eran los restos del niño. 

Tiempo después, el hijo logró escapar de los perversos bandoleros y, tras poder averiguar dónde estaba la nueva casa de su padre, corrió hasta ella e insistentemente llamó a la puerta.

¿Quién es? -preguntó el padre.
Soy tu hijo -contestó el niño.
No, no puedes ser mi hijo -repuso el hombre, abrazándose al saquito que colgaba de su cuello-. Mi hijo murió.
No, padre, soy tu hijo. Conseguí escapar de los bandoleros.
 Vete, ¿me oyes? Vete y no me molestes -ordenó el hombre, sin abrir la puerta y aprisionando el saquito de huesos contra su pecho. Mi hijo está conmigo.
 Padre, escúchame; soy yo.
 ¡He dicho que te vayas! -replicó el hombre-. Mi hijo murió y está conmigo. 
Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos.”

Aunque el relato guarda un sentido metafórico, lo cierto es que más de una vez, como el protagonista del cuento, yo también he llegado a negar la realidad creyendo equivocadamente que un vínculo afectivo estaba muerto o muy deteriorado. Y he sufrido innecesariamente por encerrarme en una historia dolorosa que solo estaba sucediendo en mi imaginación. Reconozco que, en ocasiones, el apego ciego a un pensamiento, con sus nocivas consecuencias, me ha pasado inadvertido. La honesta verdad, esperando sosegadamente en mi interior, ha quedado oculta tras la densa nube de una creencia no cuestionada.

También he comprobado que no son los pensamientos quienes se aferran a mi sino yo a ellos. Lo hago cuando los convierto en creencias inamovibles o cuando, luchando contra ellos,  trato de eliminarlos sin ofrecerles comprensión. 

Cuando me atasco de esa manera en alguna historia dolorosa, luego compruebo que, mientras soy inconsciente de ello, suelo separarme del ahora, incluyendo personas y situaciones, quedarme bloqueada en mis pensamientos sobre el pasado o el futuro, a la defensiva, tensa y negativa. Y aún cuando en la superficie aparezca frustración, enfado, rabia o tristeza, debajo supura un doloroso miedo.

La buena noticia es que aunque, por distracción, aún sigo tropezando con estas piedras también voy consiguiendo evitarlas.  He aprendido a cuestionar mis pensamientos, a descubrir qué emociones los acompañan, a detectar a qué actos me impulsan y a dejarme guiar, únicamente, por los que son verdad para mi corazón en paz. Cuando logro darme cuenta y mantengo abierta mi mente, me siento, sobre todo, en armonía con el momento presente. Y mi corazón sale contento a abrazar la realidad recordando así que estoy unida a ella.

Me ayuda mucho recordar que continuamente estoy dando un particular significado a todo lo que sucede. Y que son esas ideas, esos juicios, esas valoraciones las que generan lo que siento. Cuando crep que son los demás o determinadas situaciones las que me traen sufrimiento solo veo el camino de intentar convencer y controlar para producir un cambio fuera de mi. Pero ese intento me deja en manos de los demás como víctima impotente. Cuando recuerdo que la raíz de mi malestar empieza en mi interpretación de la realidad se abre un gran campo de acción bajo mi responsabilidad.

Para rastrear el pensamiento perturbador suelo poner por escrito la descripción de los hechos y luego completo estas frases: “Y eso para mi significa que…” o “E interpreto que eso quiere decir que…” Hacer este ejercicio por escrito me ayuda a tomar distancia de lo que pienso y así me resulta más fácil comprender que esas valoraciones no son mi identidad. Como poco soy el campo de conciencia dónde tienen lugar ess ideas. De esta forma me resulta más fácil cuestionarlas.

Seguidamente paso a comprobar si realmente ese punto de vista es verdadero para mi, aquí y ahora pues a menudo mantengo creencias que fueron verdaderas en el pasado o en otras condiciones o con otras personas y las proyecto al presente sin cuestionar su veracidad actual. 

Por eso también suelo preguntarme si, en este momento, puede haber otras maneras de contemplar la situación. Y entre esas perspectivas alternativas siempre incluyo mirar la realidad más allá de cualquier juicio sobre ella.  ¿Qué sentiría, cómo lo viviría, qué haría, cómo respondería si …? Sucede que cuando acepto recibir el ahora tal como se presenta, sin juzgarlo, cada momento me muestra un puente para unirme en paz a lo que es.

Cuando doy por buena una creencia, sin investigarla conscientemente,  y ésta no coincide con lo que está sucediendo, me siento mal. La vida es continuo cambio. Cuando intento atraparla en una estática y personal idea de lo que debería ser, me alejo de la realidad. Y si considero mi punto de vista inamovible quedo prisionera de él y del sufrimiento que me genera. Así que también tengo muy en cuenta y registro en mis notas los cambios de mis emociones cuando estoy afrontando la realidad desde el marco de unos pensamientos u otros. Intento ver muy claro lo que me aporta cada creencia y hacia qué tipo de conductas me impulsa.

A veces comprendo que estoy deseando tener razón como si en eso me fuera la vida. Sin embargo, la tensión que requiere ese esfuerzo me termina agobiando y me permite ver con claridad que lo que realmente deseo es sentirme serenamente en paz. Liberarme en vez de mantenerme encerrada, abrazar en vez de rechazar, unirme en vez de separarme y amar en vez de temer.

Es un trabajo personal que tiene que ver con la soberbia de creer que tengo la información suficiente para juzgar, especialmente cuando al rastrear los pensamientos me encuentro escribiendo frases que empiezan por “el o ella deberían ser así, o deberían hacer tal cosa…” o “esto no debería estar pasando…”

En este sentido me ayuda releer algo que escribí en “Lo que el corazón quiere contemplar”: “Si miras el camino que has ido dejando atrás, comprenderás que infinitos son los elementos que han posibilitado tal caminar. Infinito el caudal de energía desplegándose en luces y sombras, dimensiones, rumbos y geometrías. Infinita vida haciéndose y deshaciéndose para ir tejiendo la singular trama de tu laberinto vital. Tras esta contemplación puedes entender que desde la puntual e individual perspectiva no hay suficiente visión para determinar qué es digno de amor y qué no merece tal distinción. Así puedes llegar a comprender que para seguir creciendo tienes que confiar en la inteligencia de tu corazón, que es potente energía que convoca a la integración.”

Así, atreviéndome a cuestionar mis pensamientos, voy deshaciendo ese apego ciego a ellos y logro abrir mi mente lo suficiente para tener en cuenta lo que está diciendo mi corazón. Entonces recurro a la quietud. Confío una vez más en que siempre hay más de una forma de percibir cada situación y decido asomarme a aquella que surja de mi más profunda paz. Así que busco un lugar tranquilo y silencioso dentro y fuera de mi. 

Comienzo relajando las tensiones que localizo en mi cuerpo, voy llevando mi respiración a un ritmo sosegado y profundo y busco la calma que hay en lo más hondo de mi conciencia. Es la paz que ya había cuando era un bebé y existía sin más. Es una sensación que cuando la buscas por un instante, simplemente en el ahora de cada respiración, brota naturalmente.

En este punto es cuando, con frecuencia, siento como si algo cediera en mi interior, como si se hubiera deshecho una resistencia. Es como si cambiase una disposición interna. Paso de estar contraída por temor dentro del caparazón de mis juicios a entregarme con inocencia a lo que es, en ese presente.

Cuando alcanzo esa vibración vuelvo al tema que estaba afrontando conflictivamente y con ánimo de expandir mi percepción de ese asunto expreso en silencio la siguiente afirmación: “Confío en la inteligencia de mi corazón donde encuentro conocimiento y efectiva disposición para, aquí y ahora, vibrar en sintonía con todo lo que es y encontrar creativos cauces de acción desde la paz y la libertad de ser.” 

Y me mantengo en silencio, con confianza hasta sentirme en paz con esa situación. A veces encuentro cauces de acción concretos, a veces simplemente dejo de necesitar responder ante esos hechos o intuyo una comprensión no traducible en palabras pero sí en un bienestar interior. 

Lo que suelo comprobar después es que las primeras reacciones surgidas de la resistencia provocan más y más resistencia dentro y fuera de mi mientras que lo surgido tras la entrega consciente genera fluidez, coincidencias y apoyos inesperados. O una aceptación tranquila cuando no aparecen cauces posibles de acción.

No siempre logro completar estos pasos que hoy he querido compartir contigo pero los momentos felices en que sí lo consigo me llevan a pensar que quizá “para comprender la vida primero hay que amarla”. Bajo los duros juicios puede haber  semillas de amorosa percepción esperando brotar. Y está en nuestra mano permitir  que les alcance la claridad de la comprensión,  la cálida luz que emana de la inocencia en nuestro corazón.

Gracias por tu atención. Estaré encantada de leer tus comentarios. Abrazos y hasta pronto.

Pepa Arcay
Coach personal


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